En cambio, la llegada a España de la monarquía borbónica a principios del siglo XVIII propició la formación de ingenieros al servicio de la Corona. Felipe V hizo venir de Flandes a Jorge Próspero de Verboom y le nombró Ingeniero General de mis ejércitos, plazas y fortificaciones de todos mis reinos y cuartel-maestre general de todos los reinos, provincias de España y otros estados.
Uno
de los encargos hechos por la Corona a Verboom fue la organización del Cuerpo
de Ingenieros Militares, que se convertiría en el instrumento más importante
para la construcción de edificaciones defensivas y para las tareas de
organización territorial de la monarquía borbónica. En el siglo XVIII se
hicieron muchos caminos nuevos y también se construyeron puentes, canales de
navegación interior, como el canal Imperial de Aragón, y puertos y arsenales,
como El Ferrol, La Carraca (Cádiz) y Cartagena. En 1720 se fundó en Barcelona
la Real Academia Militar de Matemáticas y Fortificación, y en 1728 el Cuerpo de
Ingenieros Militares contaba ya con 128 miembros, quienes dirigían la
construcción no solo de obras militares sino también de la mayoría de las obras
civiles de España y de Ultramar, como es el caso de El Callao, puerto de Lima.
Los nuevos caminos del siglo XVIII
Felipe
V, el primer rey Borbón, se propuso “…reducir
todos mis reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos,
costumbres y tribunales, gobernándose igualmente todos por las leyes de
Castilla” y, en consecuencia, el Estado se encargó a partir de entonces de
la financiación y construcción de los principales caminos de España, mientras
que en la época de los Austrias fueron los concejos los que se ocupaban de
ellos mediante un sistema de derramas entre los mismos. Aunque este ambicioso
programa constructivo empezó con lentitud, en la segunda mitad del siglo XVIII
se acometieron obras de gran envergadura, como los puertos de Guadarrama y
Reinosa. El primero de estos permitió unir la Corte con la meseta norte y el
segundo a esta con el Cantábrico.
Estos
nuevos caminos principales o caminos
grandes fueron construidos con técnicas adecuadas para que las piedras de
la calzada no se desprendieran con la lluvia al paso de los carruajes, “… sino que es necesario que los pisos de
los caminos se hagan con cascote muy menudo, lo más como avellanas, sacado de
las piedras y revuelto con la tierra más gredosa que se encuentre y batido a
fuerza con los pisones…”. Varios caminos de estas características se
construyeron en el siglo XVIII, como es el caso del paso de la sierra de
Guadarrama por el collado del León, más conocido como el alto de los Leones. De
este modo quedaba comunicado Madrid con Segovia y con la meseta norte de
España, camino que pasaba por el Real Sitio de la Granja, residencia de verano
de los Borbones. Esta nueva ruta entre las dos Castillas mejoró el
abastecimiento de materias primas a Madrid, ciudad que a mediados del siglo
XVIII ya tenía unos 130.000 habitantes. Para amortizar el capital invertido en
su construcción, todas las caballerías, carros y carretas que pasaran por el
puerto del León habían de pagar un peaje, que oscilaba entre los cuatro
maravedíes de una caballería mayor descargada y los cuatrocientos ocho de un
carro de cuatro ruedas cargado.
Otros caminos grandes de la Ilustración
Otros
caminos notables construidos en la segunda mitad del XVIII fueron el Camino de
Galicia, el Camino de Valencia y el Camino de Andalucía. El nuevo Camino de
Galicia permitió mejorar su comunicación con la meseta castellana. En 1765, el
ingeniero Carlos Lemaur, nacido y formado en Francia, presentó el proyecto del
nuevo camino que comunicaba La Coruña con Astorga, ruta de unos 250 kilómetros
de longitud que, en buena parte, coincidía con el trazado de las antiguas
calzadas romanas. El Camino Real de Madrid a Valencia por Almansa sustituyó al
que se venía utilizando hasta entonces, cuyo recorrido pasaba por Tarancón y
Requena. Las obras comenzaron en 1765 y terminaron en 1786. El Camino de
Andalucía unió Madrid con el sur de España a través del Nuevo Paso de
Despeñaperros, lo que permitió abandonar el largo y tortuoso Puerto del Rey,
cercano a la localidad de Viso del Marqués. Esta obra, monumental para aquella
época, fue construida en solo cinco años, ya que los trabajos empezaron en 1779
y terminaron en 1783, componiéndose 65 kilómetros de camino con una anchura de
10 metros y una pendiente inferior al 5%.
Estos
caminos Reales construidos durante la época de la Ilustración resultaron muy
costosos para la Hacienda Pública, ya que necesitaban una ingente mano de obra
debido a que todavía no existía maquinaria alguna. Afortunadamente ya se usaba
la pólvora, lo que facilitó la apertura de trincheras en las zonas de sierra,
aunque los barrenos en los que se introducía aquella tuvieran todavía que
perforarse a mano. Para el transporte de materiales y herramientas se utilizaba
la fuerza animal, sobre todo mulas. Parte de la mano de obra fue forzada, pues
a mediados del siglo XVIII la actividad corsaria de turcos y berberiscos en el
Mediterráneo disminuyó mucho y las galeras de nuestra Armada fueron amarradas a
puerto y convertidas en prisiones flotantes. En 1749, miles de forzados
sentenciados al remo fueron destinados a cumplir sus condenas en los arsenales
militares, los presidios africanos, las minas de Almadén y la construcción de
caminos. Es fácil comprender que este último destino no era muy adecuado, pues
no había lugar apropiado para encarcelar a los forzados fuera de su horario de
trabajo, así que no es de extrañar que por Real Orden de 27 de enero de 1787,
año en el que ya se había restaurado la Escuadra de Galeras debido a que el
Mediterráneo volvió a ser un mar inseguro, los reos sentenciados a los trabajos
de obras públicas, “… que andan
esparcidos por los caminos cometiendo iguales o mayores excesos por los que
antes fueron castigados, sean destinados a galeras”.
El Camino Real del Azogue
Desde
mediados del siglo XVI, el destino de casi todo el mercurio o azogue producido
en Almadén fueron las minas de plata americanas, sobre todo las de Nueva
España, hoy en día México. Allí, el azogue se utilizaba para amalgamar los
minerales de bajo contenido en plata antes de su introducción en los hornos
metalúrgicos, un método conocido como beneficio de patio. Se calcula que cerca
de 60.000 toneladas de azogue fueron transportadas a lo largo de tres siglos
entre Almadén y Sevilla. Es fácil imaginar las enormes dificultades de este
viaje terrestre de unos 300 kilómetros de longitud, teniendo en cuenta que el
material a transportar es un metal líquido y muy denso, que el empaque del
mismo había de hacerse en bolsas de cuero, que los medios de transporte eran
caballerías o carretas de bueyes y que los caminos eran de tierra, polvorientos
en verano y embarrados en invierno.
Los
tres caminos utilizados, dos carreteros y uno arriero, tenían un tramo común
entre Almadén y Azuaga, villa extremeña situado a unos 150 kilómetros al
suroeste de Almadén. De ella partían tres itinerarios, dos de ellos aptos para
carretas y el tercero solo para caballerías, que cruzaban Sierra Morena y el
Guadalquivir, y concluían en las Reales Atarazanas de Sevilla. En este recinto
el azogue se volvía a empacar para que no se derramase en la travesía atlántica
y se embarcaba en los galeones de la flota de Indias. Al irse colmatando de
sedimentos el Guadalquivir y ser los barcos cada vez más grandes, el puerto de
embarque hubo de cambiarse de Sevilla a Cádiz a principios del XVIII.
A
mediados de este siglo, la cantidad de azogue que había de llevarse de Almadén
a Sevilla era tan grande que la Secretaría de Indias inició un ambicioso plan
de mejora del Camino Real del Azogue entre Almadén y Sevilla. Todavía se conservan en el suroeste de
nuestra provincia algunos puentes de mampostería y diversos tramos empedrados,
ya que las obras de mejora del camino se empezaron a partir de Almadén. Para
abordar una obra de tal envergadura, D. Miguel de Múzquiz, secretario de
Hacienda, ordenó en 1778 que se destinaran “…
ciento veinte mil reales anuales a la construcción y composición de caminos de
esas Minas, consignación que se remitirá a la Pagaduría de Almadén por la
Tesorería de Rentas de Córdoba del caudal del sobreprecio de la sal”.
Lástima que este esfuerzo inversor no durara más de quince años, pero otras
necesidades más perentorias, en 1793 comenzó la guerra de la Convención entre
España y Francia, acabaron con las mejoras del Camino Real del Azogue.
Los Caminos Reales en América
En
el Nuevo Mundo, los antiguos caminos de las culturas precolombinas estaban
construidos para caminantes, ya que sus pobladores no disponían de animales de
tiro y carga. Solo en algunas regiones del alto Perú utilizaban las llamas para
el transporte, por lo que los españoles hubieron de modificar estos caminos,
ensanchándolos, rebajando su excesiva pendiente para carros y carretas,
eliminando escalones, etc. A mediados del siglo XVIII ya existían en América
varios caminos de gran importancia comercial, como el Camino Real de Tierra
Adentro en el virreinato de Nueva España, el de los Virreyes en el Perú o el
que comunicaba Buenos Aires con Potosí, en la actual Bolivia, pasando por las
ciudades de Rosario, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, hasta
llegar después de un recorrido de unos 2.500 kilómetros a la mayor mina de
plata del mundo, Potosí, situada en la altiplanicie andina a unos 4.500 metros
de altitud sobre el nivel del mar.
El Camino Real de Tierra Adentro
El
Camino Real de Tierra Adentro tiene también unos 2.500 kilómetros de longitud y
une las ciudades de México, capital del virreinato de Nueva España, y Santa Fe,
que pertenece en la actualidad a los Estados Unidos de América. Este camino
excepcional se creó como consecuencia de la expansión colonial española hacia
el norte de México durante los siglos XVI y XVII, y se encuentra jalonado por
bellas ciudades coloniales como Querétaro, Guanajuato o Zacatecas, algunas de
las cuales son hoy en día Patrimonio de la Humanidad. Las dos últimas citadas
poseían grandes minas de plata, convirtiendo al virreinato de Nueva España a
mediados del XVIII en el mayor productor mundial y sustituyendo así al
virreinato del Perú. Después de recorrer más de un millar de kilómetros hacia
el norte de México, el Camino Real alcanza
Chihuahua para llegar posteriormente a Ciudad Juárez y El Paso, donde se
encuentra la frontera actual con Estados Unidos, aunque por entonces todo era
Nueva España. El tramo final del camino pasa por las ciudades de Socorro,
Alburquerque y Santa Fe, ahora pertenecientes al estado de Nuevo México.
El
Camino Real de Tierra Adentro se convirtió en la vía de comunicación más
transitada de América del Norte y cada año largas caravanas de carretas y de arrieros
con sus mulas circularon por él, transportando semillas, plantas, aperos,
ganado y también azogue de Almadén y plata de las minas mexicanas que se
obtenía con aquel. No obstante, el Camino Real de Tierra Adentro es mucho más
que una ruta comercial, pues aunque su origen y utilización está sobre todo ligado
a la minería, propició también el establecimiento de vínculos sociales,
culturales y religiosos entre la cultura hispánica y las culturas amerindias.
Aunque en la actualidad algunos tramos del Camino Real son irreconocibles
porque la tierra cedió paso al asfalto, todavía se conservan retazos del camino
primitivo y su cambiante paisaje de cerros, valles y páramos. A pesar del
deterioro citado con anterioridad, el Camino Real de Tierra Adentro, por el que
circularon durante siglos soldados, frailes, mineros, aventureros en busca de
fortuna, bandoleros, mercaderes, nobles e indios, ricos y pobres, fue declarado
el 1 de agosto de 2010 en Brasilia Patrimonio Cultural de la Humanidad por la
UNESCO.
Los Caminos Reales en el siglo XXI
El
Camino Real de Tierra Adentro y otros parecidos están siendo recorridos en la
actualidad por multitud de personas de todo el mundo, quienes reviven así el
espíritu de aquellos viajeros ilustrados del siglo XVIII, que realizaban las
más variadas observaciones naturales y culturales, algunas de las cuales han
llegado hasta nosotros en los libros de viajes. Desde finales del siglo XX, el
turismo de sol y playa está dejando paso de nuevo a un turismo de interior, un
turismo cultural y artístico, pero también natural. Este tipo de turismo valora
y defiende el patrimonio natural y cultural, y ha creado un nuevo concepto, el
paisaje cultural. La UNESCO celebró en 1972 la Convención del Patrimonio
Mundial Natural y Cultural, y en 1992, definió el concepto de paisaje cultural
como “un bien cultural que representa una
obra conjunta del hombre y la naturaleza”.
Difusión de los Caminos del Azogue
El
18 de enero de 2018 en Madrid, la Asociación para la Recuperación y Divulgación
de los Caminos del Azogue (ARDCA) presentó en el stand de Castilla-La Mancha de
la Feria Internacional de Turismo (FITUR) [U1] el
proyecto de los Caminos del Azogue, un itinerario cultural de primer orden que
une la villa minera de Almadén con Sevilla. Este es, sin duda, uno de los
recorridos más espectaculares que se pueden realizar en España, bien sea a pie,
en bicicleta todo terreno o a caballo. Sea cual fuere la ruta elegida, hay dos
caminos carreteros y uno arriero, el viajero partirá de Almadén, donde se
encuentra la mina de mercurio mayor del mundo, que ostenta hoy en día con
orgullo el título de Patrimonio Mundial de la UNESCO. Después de visitar el Parque
Minero y la propia ciudad, y si el viajero tiene tiempo los otros pueblos del
distrito minero como Chillón y Almadenejos, es hora de comenzar el trayecto de
unos 300 kilómetros, se elija uno u otro camino, para alcanzar la ciudad del
Guadalquivir, también con tres monumentos que son Patrimonio de la Humanidad:
la catedral, el archivo de Indias y los Reales Alcázares. De ella escribió Fernando
de Herrera (1534-1597): “No ciudad eres
orbe; en ti admira junto cuanto en las otras se derrama, parte de España más
mejor que el todo”, pues Sevilla era por entonces la ciudad más populosa de
España y el único puerto autorizado por la Corona para embarcar al Nuevo Mundo.
El
viajero se encontrará en su recorrido con las sierras de Almadén, el valle de
los Pedroches, el famoso llano de las
bellotas de los árabes, la campiña del sur de Extremadura, Sierra Morena y,
por fin, el valle del Guadalquivir, la tierra más feraz de España. A lo largo
del camino el viajero se deleitará con bellos y variados paisajes, abundantes
especies de flora y fauna, monumentos
históricos y al finalizar la jornada disfrutará de una magnífica y económica
gastronomía, a la vez que podrá conversar con gente afable y simpática. En
resumen, hay que disfrutar del viaje y no apresurarse en llegar al destino,
como escribió el griego Kavafis en su poema Itaca: Cuando emprendas tu viaje a Itaca / pide que el camino sea largo, /
lleno de aventuras, lleno de experiencias… / Ten siempre a Itaca en tu mente. /
Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure
muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste
en el camino / sin aguantar a que Itaca te enriquezca.”.
ARDCA
ha solicitado la colaboración del Ayuntamiento de Almadén, de la Asociación
Montesur a través del programa LEADER, de Minas de Almadén y Arrayanes, S.A.,
de la Diputación Provincial de Ciudad Real y de la Junta de Comunidades de
Castilla-La Mancha para conservar y divulgar estos antiguos caminos mineros,
que se espera se conviertan pronto en una de las grandes rutas camineras de
España.
Hay diversos caminos senderistas y ciclistas
en Europa central que, cuando llega el buen tiempo, son recorridos por miles de
personas anualmente, como es el caso del Canal
du Midi en Francia o la Ruta del Danubio en Alemania, Austria y Hungría. En
España, el mejor ejemplo es el Camino de Santiago, recorrido por decenas de
miles de viajeros anualmente. Pues bien, el Camino Real del Azogue, en cuanto a
belleza paisajística, flora y fauna en estado puro, sitios de interés
arqueológico, castillos, palacios e iglesias, y, por su puesto, gastronomía, no
tiene nada que envidiar a ninguno de ellos, como se podrá comprobar en breve
tanto en la página web del camino como en la guía editada en papel.
Me
decían hace poco Josep Manel Gómez y Miquel Moll, ambos miembros de ARDCA,
quienes han recorrido en mountain bike
durante los dos últimos años todas las variantes de la ruta: “Hubo días que no encontramos a nadie en el
camino desde que salimos por la mañana de la casa rural en la que habíamos
pernoctado hasta que llegamos a nuestra próxima parada y fonda, y eso que las
etapas eran de 50 a 60 kilómetros”. En efecto, unos recorrerán los Caminos
del Azogue con familiares o amigos con quienes compartir vivencias y otros para
encontrarse consigo mismos. En todo caso como decía el Gringo Viejo, personaje de la novela de igual nombre del mexicano
Carlos Fuentes, mientras aquel se adentraba por el Camino Real de Tierra
Adentro: “El viaje es doloroso para el
que se queda, y más bello de lo que será jamás para el viajero”.
©Ángel Hernández Sobrino
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