La relación secular entre Almadén y
Almagro se encuentra actualmente en el pozo del olvido, aunque durante muchas
centurias, como veremos a continuación, fue especialmente intensa.
La relación
entre ambas localidades comenzó en 1158, cuando la Corona confió a la recién
fundada Orden religioso-militar de Calatrava la defensa de los territorios
conquistados al sur de Toledo. Uno de sus linderos era el collado de
Almadeneros, que corresponde al lugar en el que los ríos Alcudia y Gargantiel
se unen al Guadalmez, y digo Gargantiel porque por entonces se consideraba al
Valdeazogues un afluente del Gargantiel y no al revés.
Diez años después, el 27
de marzo de 1168, el rey Alfonso VIII donó por mitad a la Orden de Calatrava y
al conde Don Nuño “el castro de Chillón con su Almadén”. Con
la victoria musulmana en Alarcos, año 1195, todo el reino de Toledo, excepto la
capital, cayó en sus manos y no fue hasta el gran triunfo cristiano de las
Navas de Tolosa, año 1212, cuando se recuperó el terreno perdido. En
agradecimiento por la reconquista de todos estos territorios, Fernando III
otorgó a la Orden de Calatrava en Sevilla el 18 de febrero de 1249 “la
mitad de la mina de azogue de Chillón, llamada vulgarmente Almadén”, reservándose
la autoridad regia la propiedad de la otra mitad.
La Orden se hizo con la totalidad de las
minas de Almadén en 1282, cuando el infante Don Sancho se rebeló contra su
padre y prodigó privilegios a nobles, obispos y Órdenes Militares para
atraerlos a su causa. Cuatro años después, el 22 de marzo de 1286, Sancho IV,
ya rey, autorizó a la Orden a fabricar bermellón y a su venta.
Aunque parece que al principio fue la
propia Orden la que laboreó las minas, pronto optó por arrendarla a
particulares, pues los caballeros calatravos no entendían de estos negocios. De
dinero sí sabían, como lo prueba la queja del maestre de la Orden de Calatrava
al rey Alfonso XI en 1316, en la que aludía a que había muchos mercaderes que
vendían azogue que no procedía de las minas de Almadén y que por ello la renta
de la Orden se menoscababa y no podían cumplir con la defensa de los castillos
que mantenían en la frontera con los moros.
Como luego ocurrirá con los Fugger,
Almagro fue la villa elegida como cabeza del señorío de la Orden de Calatrava,
desempeñando así durante la Edad Media un importante papel no solo desde el
punto de vista político sino también económico, administrativo y militar. Su
situación próxima al Sacro Convento de Calatrava la Nueva contribuyó sin duda a
su elección como residencia de los maestres de la Orden, para desde allí
controlar todo el territorio de su dominio. De esta manera, Almagro se
convirtió en el núcleo urbano más importante del Campo de Calatrava.
La población de Almadén
se estanca
En cambio, la población de Almadén se
estancó e incluso retrocedió en aquella época, pues ningún forastero deseaba
asentarse y trabajar en las minas, así es que no es de extrañar que los
mercaderes genoveses que tenían en arriendo la mina a principios del siglo XV,
solicitaran al maestre de Calatrava que les proporcionara treinta moros en
invierno y quince en verano para trabajar en las labores subterráneas. Como
esta medida fue insuficiente, el maestre concedió a Almadén fuero de lugar
exento de su jurisdicción a ver si así se conseguía su repoblación.
A finales del siglo XV, los Reyes
Católicos creyeron llegado el momento de acabar con el feudalismo medieval y
maniobraron cerca del papa Inocencio VIII y de la propia Orden de Calatrava
para ser nombrados administradores apostólicos vitalicios de sus bienes y
rentas.
De este modo, al fallecer en 1487 el
último maestre de la Orden, Garci López de Padilla, el rey Fernando fue elegido
su sucesor. En 1523, cuando ya reinaba Carlos I, una bula papal concedió a la
Corona de España la administración perpetua de los maestrazgos de las Órdenes.
Este cambio supuso para Almagro una pérdida considerable de poder político,
pero a cambio incrementó su poder económico, pues quedó vinculado a la hacienda
de Carlos V a través de los banqueros alemanes Fugger o Fúcares.
Los Fugger
A principios del siglo XVI, Jacob Fugger,
quien por entonces era solo un banquero de Ausburgo, se convirtió gracias
a su inteligencia y a su espíritu activo en uno de los dirigentes de la
política europea.
Jacob Fugger fue el financiador
de las campañas militares del emperador Maximiliano, el banquero de los Papas y
a él debió Carlos I su elección como emperador frente a Francisco I de Francia.
Cuando llegó el momento de cobrar la deuda al ya emperador Carlos, Jacob Fugger
tropezó con grandes dificultades, así que el 24 de abril de 1523, tres
años después la elección, le escribía: “Es notorio públicamente y claro
como el día que Vuestra Majestad Imperial no hubiese podido obtener sin mí la
Corona romana”.
Jacob Fugger temía no poder cobrar la
deuda, que por entonces ascendía ya a 198.122 ducados. Sin embargo, la
muerte del Papa León X iba a permitir que Carlos pagase al menos una parte,
pues el sucesor de León X fue Adriano de Utrecht, antiguo preceptor de Carlos y
regente de España. El nuevo Papa vinculó por una bula de 3 de mayo de 1523 la
administración de las tres mesas maestrales de las Órdenes de Caballería de
Santiago, Alcántara y Calatrava a la Corona de España. Estas rentas, los
maestrazgos, se componían de derechos en dinero y en especie, sobre todo
cereales, procedentes de los latifundios de las tres Órdenes, y del azogue de
las minas de Almadén.
La familia Fugger llegó a convertirse en
solo siglo y medio en la gran potencia financiera de su tiempo. Cuando falleció
Jacob Fugger, legó a sus herederos una fortuna de dos millones de florines de
oro, es decir, siete mil kilogramos del metal precioso. Todos los poderosos de
Europa, emperadores, Papas, reyes y grandes señores recurrieron a la familia
Fugger para obtener recursos financieros y parecía que sin su ayuda no podía
prosperar ningún gran negocio en Europa.
Los Fugger dotaron a los maestrazgos de
una organización racional y sus representantes, instalados en la Corte,
vigilaban las distintas agencias distribuidas por toda España: Toledo, Sevilla,
Valladolid y Almagro, de la que dependía Almadén. En Madrid, la calle del Fúcar
recuerda la posición que los Fugger o Fúcares ocuparon en España y en el
diccionario de la Real Academia Española de la Lengua figura el sustantivo fúcar
con la acepción de hombre muy rico.
Los Fugger tuvieron en asiento las minas
de Almadén de manera prácticamente continua durante los ciento veinte años que
transcurren entre 1525 y 1645.
Los Fugger tuvieron en
asiento las minas de Almadén de manera prácticamente continua durante los
ciento veinte años que transcurren entre 1525 y 1645. En el período que va
desde 1550 a 1563, la mina volvió a manos de la Corona, pues el 18 de noviembre
de 1550 se declaró un gran incendio en las labores subterráneas, ardiendo la
mayor parte de las maderas acumuladas en el interior de la mina para su
fortificación. Como todos comprendieron que era imposible la extinción directa
del incendio, taparon todos los accesos a la mina “… porque se tuvo por
entendido e cierto que el humo que quedase dentro mataría el dicho fuego, no
teniendo por donde salir”.
El fuego quedó
extinguido en tres meses
El fuego quedó por fin extinguido tres
meses después y se pudo comprobar el gran daño que había causado, pues se había
hundido el socavón por el que se accedía a las labores de donde se extraía el
mineral. El derrumbamiento de la caña real, que era como por entonces se
llamaba al socavón de la mina del Pozo, nombre con el que la conocemos en la
actualidad, provocó que durante los años 1551 y 1552 solamente algunos
individuos se atrevieran a entrar en la mina por su cuenta y del suelo y las
paredes recogieran tierra mezclada con el azogue sudado por la roca debido a la
acción del fuego.
Episodios como el anterior fueron minando
poco a poco la confianza que tenía la Corona en la buena administración llevada
a cabo por los Fugger en Almadén, ya que algunos visitadores regios informaron
del mal estado de la mina y de que los Fugger solo iban a dar la mayor
producción posible sin enmaderar adecuadamente las labores subterráneas. Por su
parte, los factores de los Fugger se quejaban de la falta de mano de obra, pues
los forasteros no deseaban venir a trabajar a la mina y la Corona no atendía su
solicitud de remitirles forzados para emplearlos en las labores subterráneas,
por lo que se vieron obligados a comprar esclavos de su bolsillo.
Aunque en sus comienzos a los banqueros
alemanes les fueron bien sus negocios en España, a medida que transcurría el
siglo XVI y sobre todo el XVII, sus finanzas fueron de mal en peor. Lejos
quedaban ya aquellos años en los que se habían convertido en los banqueros de
confianza de Carlos I, del que habían sido su principal apoyo.
Sus posteriores negocios con la monarquía
de los Austrias no se limitaron a las rentas de los Maestrazgos y al azogue de
Almadén, sino que además realizaron diversas operaciones financieras con Felipe
II, Felipe III y Felipe IV. Los desmesurados gastos de la monarquía impidieron
que los Fugger cobraran las deudas, hasta que a comienzos de 1631 se negaron a
continuar con la provisión de 600.000 ducados anuales para los gastos de la
Corona.
Al principio, la Corona
española pudo seleccionar a los banqueros con quienes financiarse, fueran estos
portugueses, genoveses o alemanes, pero debido a la irregularidad en la
llegada de metales preciosos de América, la Corona perdió la posición de
privilegio en la negociación del crédito y se debilitaron sus exigencias.
A medida que reinaban
los sucesivos Austrias, las condiciones de los préstamos se endurecieron y
tuvieron que conformarse con créditos más caros. Como dice el historiador
Álvarez Nogal: “El hecho de que más de la mitad de los metales
preciosos americanos recibidos por la Real Hacienda en el reinado de Felipe IV
estuviesen destinados a cancelar las deudas que la Monarquía tenía con sus
financieros, nos indica la enorme importancia que tuvieron esos fondos como garantes
del crédito de la Corona”.
Herencia de los Fugger
en Almagro y Almadén
Una de las factorías creadas por los
Fugger en España fue la de Almagro, donde centraron la administración de los
bienes de los Maestrazgos y desde donde dirigieron la explotación de la mina de
Almadén. En Almagro, los factores de los Fugger construyeron diversas casas de
buen porte y un edificio mayor, el cual ha sido considerado durante los últimos
tiempos como la factoría de los Fugger, si bien en la actualidad la documentación
ha demostrado que era la vivienda del factor Johann Xedler (comunicación oral
del profesor Enrique Herrera Maldonado).
A estos bellos edificios hay que añadir la
ermita del Señor San Salvador, conocida posteriormente como la ermita de San
Blas. Se superpone así en Almagro a la estructura urbana medieval una
arquitectura renacentista que cambia la imagen de la ciudad. En palabras del
profesor Herrera Maldonado: “Ahora la calle deja de ser un lugar de tránsito
para transformarse en escaparate en que es preciso mirar y donde se hace
pública demostración del poder económico y social de quienes la habitan”.
En cuanto a la ermita del Señor San
Salvador, los Fugger dedicaron fuertes sumas de dinero a su construcción, pues
ya en 1527 se habían gastado 773 ducados. En torno a 1550, Anton Fugger,
sucesor de Jakob al frente de la casa-banca, ordenó ampliar la ermita y además
le añadió la torre. De su arquitectura dice el citado profesor: “La iglesia se
alza con una sólida técnica de mampostería; se concibió en estilo gótico,
empleando un repertorio decorativo renacentista de raíz plateresca; el interior
se cubre con espléndidas bóvedas de terceletes que descansan sobre bóvedas
decoradas con las armas policromadas de su familia. En la magnífica portada del
mediodía con decoración plateresca hay una inscripción en latín que contiene la
ofrenda al Salvador”.
Los hornos de
reverberación
La mayor parte de las construcciones
realizadas por los Fúcares en Almadén son industriales y muchas de ellas han
desaparecido, no tanto por desidia, sino por haber sido sustituidas por otras
nuevas de mayor rendimiento. Tal es el caso de los hornos de reverberación, de
los que había treinta en el año 1613. Al estar construidos en lo que hoy es el
cerco de Buitrones, sus edificios fueron derruidos para edificar en su lugar
los hornos de aludeles a partir de 1644.
En el interior de la mina resultan todavía
visibles algunas galerías de esa época y alguna otra se podría recuperar para
hacerla visitable cuando haya fondos disponibles, como es el caso del socavón
de la Contramina, construido al parecer en 1631. Bien es cierto que en el
exterior de los socavones del Pozo y la Contramina no se conserva ningún
edificio como los que aparecen en la entrada del socavón del Castillo, de modo
que sus herrerías, almijaras, astilleros, fraguas y viviendas de los mayordomos
han desaparecido.
Fuera de los cercos mineros solo hay dos
edificios que merezca la pena resaltar y ambos son religiosos; se trata de las
capillas de San Miguel y de San Juan, la primera de ellas edificada en el
recinto de la antigua cárcel de forzados y esclavos. Ambas capillas fueron
construidas en los últimos años de estancia de los Fugger en Almadén y de la de
San Miguel tuvo que dar explicaciones al Consejo de Hacienda el administrador Mateo
Naguelio, pues se acabó de edificar en 1645, año en que los Fugger concluyeron
su último asiento.
Este edificio se mantiene en pie a duras
penas, por lo que es muy urgente su rehabilitación. La capilla de San Juan, al
estar construida en lo que hoy es el centro de la villa, se halla en buen
estado de conservación, pues ha sido restaurada en varias ocasiones.
Aunque en la actualidad es conocida como
iglesia de San Juan, en siglos pasados se llamaba capilla o ermita de San Juan.
La referencia más antigua que he encontrado es del año 1645, en la que se
afirma que su construcción costó a los Fúcares 1.680.692 maravedíes, o sea,
4.482 ducados.
La capilla de San Juan era en la época de
su construcción una ermita situada en las afueras de la población, pues Almadén
se circunscribía por entonces a lo que se llama actualmente casco antiguo, es
decir, el entorno del cerco minero y la pequeña fortaleza de origen árabe
levantada en lo más alto del cerro que conforma la villa. La citada capilla es
un edificio modesto con planta de cruz griega y construida en piedra y
ladrillo, en nada comparable a la ermita del Señor San Salvador de Almagro.
Los Fúcares abonaban a
su capellán 600 reales anuales, poco más o menos el salario de un minero, “…
para que celebrase cada semana tres misas, especialmente en días de fiesta, por
los buenos sucesos de la Mina y comodidad de los pobres mineros que por sus
necesidades andaban en hábitos indecentes y no acudían por este respeto a la
Iglesia Parroquial, y ser el sitio de la dicha Ermita muy acomodado para los
que viven en la parte baja de esta Villa”. Cuando los Fúcares abandonaron
Almadén, la Real Hacienda se hizo cargo de la administración y de los gastos de
la ermita de San Juan y el capellán Alonso López Herrera continuó en su puesto
con el mismo sueldo y obligaciones.
A mediados del siglo XVIII, Almadén creció en importancia y lo hizo de
manos de un almagreño, el superintendente Francisco Javier de Villegas, quien
dirigió el destino de la población y de las minas entre 1749 y 1757
A mediados del siglo XVIII, Almadén creció
en importancia y lo hizo de manos de un almagreño, el superintendente Francisco
Javier de Villegas, quien dirigió el destino de la población y de las minas
entre 1749 y 1757. A pesar de la marcha de los Fugger, Almagro, la ciudad
carolina, donde se conserva el espléndido escudo imperial de Carlos V en el
ábside de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, mantuvo su trascendencia
política y económica. Mientras, durante el mandato de Villegas, se
construyó en Almadén la plaza de toros y la Real cárcel de forzados y esclavos,
y se fundó el Real hospital de mineros. El incremento de la producción de
azogue, que era la llave de la plata americana, conllevó la necesidad de
aumentar la mano de obra, tanto forzada y esclava, como libre. Para albergar a
los primeros se edificó un gran recinto carcelario capaz de alojar hasta 600
presos, edificio lamentablemente derruido en 1969 sin ningún motivo aparente.
Para hospedar dignamente a los forasteros que venían a trabajar a las minas se
construyó la plaza de toros, un coso taurino delimitado por 24 viviendas
dispuestas en forma de hexágono que se alquilaban a los nuevos operarios.
Epílogo
Ahora, a comienzos del siglo XXI, Almadén
y Almagro deberían entrecruzar sus caminos de nuevo. En nuestra localidad no
quedan vestigios de la época en que perteneció a la Orden de Calatrava (siglos
XII al XV), pero sí del período en que la administración de la Orden pasó a la
Corona y esta arrendó la mina a los Fugger. Las capillas de San Miguel y de San
Juan, y algunas labores subterráneas del Parque Minero, así como una de las
salas de exposición del Museo del Mercurio, muestran bien a las claras las
actividades de los banqueros alemanes en Almadén.
En Almagro, los Fúcares
construyeron las casas de sus administradores y la ermita del Señor San
Salvador. En el edificio conocido como el palacio de los Fugger, que es en
realidad la casa del factor Johann Xedler, hay una sala dedicada a exponer la
relación secular de Almagro con Almadén. En palabras de Luis Maldonado
Fernández de Tejada, regidor almagreño, durante el acto de su inauguración en
junio de 2012: “Tenemos una historia común y hemos vivido de espaldas;
ahora debemos darnos la mano y comenzar a andar juntos; vamos a retomar el
camino que en el siglo XVI marcaron los Fugger entre Almagro y Almadén”.
Lamentablemente estas palabras quedaron en
una mera noticia periodística en lugar de convertirse en el inicio de una
acción coordinada que beneficiaría a ambas ciudades. El Comité Nacional Español
del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios Histórico- Artísticos (ICOMOS
ESPAÑA) preparó el magnífico expediente para que Almadén fuera declarado en
junio de 2012 Patrimonio Mundial de la UNESCO. En mi opinión, Almagro
debería iniciar un camino similar y su relación histórica con Almadén
potenciaría sin duda su candidatura para conseguir idéntico objetivo. Por
otra parte, la visita a Almagro resultaría más enriquecedora si el viajero se
acercara después a Almadén, de modo que las decenas de miles de visitantes que
van a conocer la villa manchega completarían sus conocimientos de la época de
los Fugger en la villa minera.
© Ángel Hernández
Sobrino
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