“El esclavo es el siervo, el cautivo, porque no es suyo sino de su señor, así que le es prohibido cualquier acto libre”.
Sebastián de Covarrubias, año 1610.
La esclavitud ha existido en todas las
épocas y culturas, pero cuando se habla de ella en España mucha gente piensa de
inmediato en los esclavos de la antigüedad o en los negros del sur de los
Estados Unidos durante la época de la guerra de Secesión. Buena parte de culpa
la tienen sin duda las películas de romanos, como Espartaco, y las de esclavos
negros en los campos de algodón. Sin
embargo, España fue también una nación esclavista y ya en el siglo XV empezaron
a llegar esclavos negros de África, vía Portugal, e indígenas de Canarias, como
luego veremos con más detalle. A mediados del siglo XVI había ya en España unos
50.000 esclavos.
No cabe duda que fue el naciente
capitalismo de finales de la Edad Media ,
lo que provocó una demanda de mano de obra, el causante del infame mercado de
esclavos en que se convirtió la Península
Ibérica en la Edad
Moderna. Hasta Sancho Panza pensó negociar con esclavos
cuando estaba esperanzado en casarse con la princesa Micomicona de Etiopía y
convertirse así en el rey de Micomicón: “¿Qué
se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos
a España, donde les podré vender y me los pagarán de contado, de cuyo dinero
podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los
días de mi vida?”.
El esclavo veía equiparada su
existencia con la de un simple objeto que se podía comprar y vender a voluntad
de su dueño. El valor de un esclavo dependía de su edad, salud y cualidades
físicas, y cuando perdía valor por algún motivo, su dueño lo podía vender
abaratando su precio o darle la libertad cuando estaba viejo y enfermo. Era pues
una mercancía, como se demuestra leyendo las cartas de compraventa de esclavos,
similares a las transacciones de un buey o un mulo, en las que se detallan su
edad, color, apariencia física y enfermedades o taras.
Su precio fue ascendiendo a lo largo del siglo
XVI, así que un esclavo costaba por término medio 20 ducados en el año 1500, 50
en 1530, 64 en 1570 y 80 en 1595. El precio habitual de los que se compraron a
principios del siglo XVII para trabajar en la mina de Almadén era de 100
ducados y había por entonces en la Real cárcel 160 esclavos. Aunque los Fugger,
banqueros alemanes que tenían en asiento la mina en aquella época, preferían
los operarios libres y, en su defecto, los forzados, a quienes la justicia
condenaba por sus delitos a las labores subterráneas, no disponían de los
necesarios ni de unos ni de otros.
La
moral católica
Así pues, la valoración que
despertaban los esclavos en general en la sociedad era bastante negativa, ya
que se les consideraba desprovistos de capacidad para realizar obras morales. Sus actos no podían ser
virtuosos porque no tenían capacidad para encarnar los valores propios del
espíritu, lo que les confería una inferioridad natural. No obstante, la
intolerancia religiosa terminaba cuando el esclavo se convertía al catolicismo,
si bien esta cristianización era bastante superficial. El bautismo era
administrado muchas veces sin una previa instrucción religiosa adecuada y
también se dieron casos de esclavos que se bautizaban solo para mejorar su
situación, pero que en realidad no eran católicos.
Procedencia
de los esclavos
Los dos grandes grupos de esclavos en
España fueron los negros, por un lado, y los turcos y berberiscos, por otro. En
el siglo XV también vino un gran número de guanches, procedentes de la
conquista de las Islas Canarias. Dice el historiador Domínguez Ortiz que “solo en la isla de La Palma hizo Alonso de Lugo
1.200 esclavos, y muchos más llegaron a España de La Gomera y Tenerife, hasta
que la corona se hizo cargo de las islas y dio fin a esta odiosa explotación.
El viajero Münzer, quien recorrió España en los años 1494 y 1495, vio en
Valencia hombres, mujeres y niños de Tenerife, que tenía en venta un mercader;
había traído en una nave 87, de los que 14 murieron en la travesía”.
Los suministradores principales de
esclavos negros fueron los portugueses, quienes ya en 1444 realizaron una
expedición a África, de donde trajeron 235 esclavos. Comenzó entonces una nueva
etapa de esclavitud en la península
ibérica, que tendría su auge en la Edad Moderna. Los portugueses pusieron gran empeño en que Castilla
reconociera el monopolio de su introducción en el reino, lo que consiguió en el
tratado de paz de Alcaçovas, firmado en 1479. Las fuentes de suministro estaban
en Guinea, Cabo Verde, Angola y Mozambique, desde donde los mercaderes
portugueses les llevaban a Lisboa, ciudad que se convirtió en aquella época en un gran mercado de negros.
Muchos de ellos pasaron a España, sobre todo a Sevilla, donde en las gradas de
la lonja eran vendidos al mejor postor. Los esclavos negros fueron
especialmente abundantes en Andalucía y Extremadura.
Los datos existentes indican que había
tantas negras como negros, si bien aquellas estaban dedicadas casi en su
totalidad al servicio doméstico. A pesar de no poder realizar trabajos más
rudos, como las obras públicas, las minas o el remo en las galeras, las esclavas negras
estaban bien valoradas por su capacidad de procrear nuevos esclavos (el hijo de
una esclava nacía esclavo aunque el padre fuera un hombre libre) y su mayor
longevidad y docilidad. A los esclavos de segunda generación, es decir los que
ya nacían en España, se les bautizaba de niños y eran tan católicos como los
que más. En Sevilla llegaron a formar cofradías de negros y mulatos, y una de
ellas, “la de los negritos”, fundada
en 1554, todavía conserva este nombre en la actualidad.
En cuanto a los esclavos turcos y
berberiscos, muchos de ellos fueron hechos prisioneros por nuestra Armada en
las batallas navales del Mediterráneo, mientras que otros fueron raptados por
corsarios españoles, que también los hubo. El factor de los Fugger informaba el
18 de noviembre de 1571 desde Sevilla a la sede central de Ausburgo que habían
llegado al puerto fluvial del Guadalquivir veinticuatro galeras cargadas con
turcos esclavizados procedentes de la batalla de Lepanto: “Los moros han de ser distribuidos por doquier, tal y como se hará
también en otras zonas. De este modo, los españoles se entremezclarán con los
moros y se corromperán incluso más que hasta ahora. Moros y judíos se
convertirán así en las razas más nobles y fuertes, puesto que se multiplican
como conejos reales”.
Desde principios del siglo XVI estaban
llegando a España prisioneros berberiscos, ya que la toma de Orán en 1508
proporcionó 8.000 esclavos y otros más las de Bujía y Trípoli. Carlos V en la
toma de Túnez hizo también 18.000 prisioneros. Al contrario, también muchos españoles acabaron convertidos en
esclavos de sultanes turcos y berberiscos, si bien algunos de ellos fueron
rescatados a cambio de dinero. En España, los esclavos mahometanos tenían en
general peor fama que los negros, pues como decía Suárez de Figueroa en 1615, “suelen salir infieles, mal intencionados,
ladrones, borrachos, llenos de mil sensualidades y cometedores de mil delitos.
Andan de continuo maquinando contra la vida de sus señores; su servicio es
sospechoso, lleno de peligro, y así, digno de evitarse”.
Algunos moriscos también fueron
esclavizados hasta su definitiva expulsión de España en 1609, si bien la
mayoría permaneció libre hasta entonces, aunque desterrada de sus lugares de origen.
En cambio, otros fueron esclavizados, como los que se levantaron en armas
contra Felipe II en las Alpujarras, año 1569. Consultado el licenciado
Francisco de Sarriá sobre si era legítimo dar cautiverio a los moriscos, “no encuentra remedio mejor que el que se
declarasen esclavos a los hijos de tales uniones moriscas, medida cuya
legalidad trata de probar con gran copia de autoridades canónicas y civiles,
basándose en una antigua ley que condenaba a la esclavitud a las concubinas e
hijos de los clérigos; … basándose en que los tales moriscos eran peores y más
peligrosos para la República
que los hijos sacrílegos”.
Con la aprobación eclesiástica, no es
de extrañar que una pragmática de Felipe II del año 1572 estableciera que “los dichos moriscos rebelados que fuesen
tomados y cautivados, así hombres como mujeres, siendo los hombres mayores de
diez años y medio, y las mujeres de nueve y medio, fueren y se entendieren como
esclavos de los que los tomasen y cautivasen, y que los menores de dicha edad
no fuesen esclavos, empero que pudiesen ser sacados y llevados a otras partes
fuera del dicho reino de Granada, y dados y entregados a personas a quienes
sirviesen hasta tener edad de veinte años para que pudiesen ser instruidos y
enseñados y cristianamente criados”. Casi cuatro siglos y medio después, la
guerrilla de Boko Haram mantiene secuestradas a más de un centenar de niñas
nigerianas en condiciones de esclavitud.
En 1600, el inquisidor general,
Fernando Niño de Guevara, escribía en un memorial que el remedio mejor y más
seguro para acabar con el problema morisco era obligarles al remo en las
galeras del Mediterráneo o al trabajo en las minas de azogue de Almadén y de
plata de Guadalcanal, que eran propiedad de la Corona. El inquisidor precisaba
también que “de más de lo cual sacará
Vuestra Majestad un gran fruto, que es poblar muy bien sus galeras, minas de
Guadalcanal y almadenes; y aun no falta quien diga que serían de mucha utilidad
y provecho en las Indias, donde por haberse casi acabado los indios, hay tanta
falta de quien trabaje en las minas”. El consejo de Niño de Guevara no fue
aceptado, pero tanto la Corona
como la Inquisición
recomendaron a los tribunales sentenciar a los moriscos a galeras. Como
sabemos, la solución finalmente adoptada por Felipe III fue la expulsión
general de los moriscos de España, decretada el 4 de abril de 1609.
Decadencia
y fin de la esclavitud en España y sus colonias
Después de haber llegado a su apogeo
en el siglo XVI y primera mitad del XVII, la esclavitud comenzó a disminuir en
España, desapareciendo primero lentamente en la segunda mitad del XVII y
después más rápidamente en el XVIII. Podemos decir que dejó de estar de moda
tener esclavos, a lo que contribuyó también la mayor abundancia de mano de obra
libre. Poco a poco aumentó la facilidad con que se concedía el rescate y la
liberación de los esclavos, y muchos ahorraron para rescatarse ellos mismos.
Otras veces sus amos les concedían la libertad espontáneamente y con frecuencia
se encuentra esta cláusula en testamentos de la época.
En el siglo XVIII pocos particulares
tenían esclavos y ya no se vendían negros en Sevilla. Adolfo de Castro decía
que en 1812 todavía quedaban algunos en Cádiz, si bien hasta 1836 no se
prohibió que vinieran a España esclavos de Ultramar. Esclavos berberiscos
continuó habiendo, pues aunque las galeras del rey fueron suprimidas en 1749,
el corso español continuó activo. A partir de entonces, los esclavos fueron
enviados a los arsenales militares, a las minas de Almadén y a las obras públicas.
Cuenta Domínguez Ortiz que en 1766, Sidi Ahmet el Gazel, embajador del rey de
Marruecos, rescató a 800 esclavos, procedentes casi todos de Barcelona y de los
arsenales de Cartagena y La Carraca.
Reunidos en Cádiz, fueron embarcados para Tetuán.
En el arsenal de Cartagena, el número
de esclavos disminuyó a partir de 1763, ya que muchos de ellos fueron
destinados a las obras públicas. El profesor Barrio Gozalo indica que 300 de
los 1.260 que había en el arsenal en dicho año, fueron destinados a la construcción
del camino de Cataluña y al año siguiente otros 300 fueron trasladados a Madrid
para construir el camino que desde la Corte se dirigía al puerto del Guadarrama.
En 1770 ya solo quedaban en Cartagena 476 esclavos; en 1780, 154; y en 1783,
52. En 1786 se firmó el tratado de paz con Argel y la mano de obra esclava del
arsenal prácticamente desapareció.
Uno de los últimos esclavos que hubo
en los pozos de azogue de Almadén fue Joseph Francisco, alias El Negro, quien
en 1756 y con solo 20 años de edad fue cedido de por vida por su dueño,
aposentador real de la Corte ,
a Su Majestad Fernando VI. Estas donaciones temporales o de por vida eran
habituales cuando el esclavo causaba problemas a su propietario y se conocían
con el nombre de “a escarmienta”. Joseph
Francisco confirmó su fama de esclavo conflictivo, ya que participó en peleas
con diversos forzados en los años 1761, 1762, 1764, 1765 y 1768, además de
realizar un intento de fuga en 1765. Su mal comportamiento hizo que no fuera
puesto en libertad hasta el año 1773 en lugar de 1766, pues desde 1716 lo
habitual era que los esclavos no cumplieran más que diez años en las labores
subterráneas, al igual que sucedía con los forzados sentenciados por delitos
muy graves.
En 1817, se prohibió el tráfico de
esclavos en la España
peninsular, pero no su tenencia, y en 1837 se redactó un proyecto de ley para
abolir la esclavitud, ley que nunca fue aprobada. De este modo continuó
habiendo esclavos en nuestras colonias americanas, hasta que por fin la
esclavitud fue abolida en Puerto Rico en 1873 y en Cuba en 1880.
Epílogo
Por desgracia todavía continúa
habiendo esclavos en varios lugares del mundo, nada menos que 36 millones según
algunas estimaciones. Noticias alarmantes están llegando estos últimos meses de
Libia, donde miles de subsaharianos, quienes deseaban cruzar a Europa, se
encuentran esclavizados en condiciones infrahumanas, a los que sus captores
solo liberan cuando ellos mismos con su trabajo u otra persona pagan su
rescate. Por ellos y otros muchos, la Organización de las Naciones Unidas nos
invita todos los 2 de diciembre, instaurado como el Día Internacional para la Abolición de la
Esclavitud, “a utilizar la Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible como una guía para acabar con las causas profundas de la
esclavitud y liberar a todas las personas que viven esclavizadas en el mundo”.
©
Ángel Hernández Sobrino.
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