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miércoles, 29 de noviembre de 2017

LOS ESCLAVOS EN ESPAÑA DURANTE LA EDAD MODERNA



“El esclavo es el siervo, el cautivo, porque no es suyo sino de su señor, así que le es prohibido cualquier acto libre”.
Sebastián de Covarrubias, año 1610.



La esclavitud ha existido en todas las épocas y culturas, pero cuando se habla de ella en España mucha gente piensa de inmediato en los esclavos de la antigüedad o en los negros del sur de los Estados Unidos durante la época de la guerra de Secesión. Buena parte de culpa la tienen sin duda las películas de romanos, como Espartaco, y las de esclavos negros en los campos de algodón.  Sin embargo, España fue también una nación esclavista y ya en el siglo XV empezaron a llegar esclavos negros de África, vía Portugal, e indígenas de Canarias, como luego veremos con más detalle. A mediados del siglo XVI había ya en España unos 50.000 esclavos.

No cabe duda que fue el naciente capitalismo de finales de la Edad Media, lo que provocó una demanda de mano de obra, el causante del infame mercado de esclavos en que se convirtió la Península Ibérica en la Edad Moderna. Hasta Sancho Panza pensó negociar con esclavos cuando estaba esperanzado en casarse con la princesa Micomicona de Etiopía y convertirse así en el rey de Micomicón: “¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde les podré vender y me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida?”.

El esclavo veía equiparada su existencia con la de un simple objeto que se podía comprar y vender a voluntad de su dueño. El valor de un esclavo dependía de su edad, salud y cualidades físicas, y cuando perdía valor por algún motivo, su dueño lo podía vender abaratando su precio o darle la libertad cuando estaba viejo y enfermo. Era pues una mercancía, como se demuestra leyendo las cartas de compraventa de esclavos, similares a las transacciones de un buey o un mulo, en las que se detallan su edad, color, apariencia física y enfermedades o taras.
 Su precio fue ascendiendo a lo largo del siglo XVI, así que un esclavo costaba por término medio 20 ducados en el año 1500, 50 en 1530, 64 en 1570 y 80 en 1595. El precio habitual de los que se compraron a principios del siglo XVII para trabajar en la mina de Almadén era de 100 ducados y había por entonces en la Real cárcel 160 esclavos. Aunque los Fugger, banqueros alemanes que tenían en asiento la mina en aquella época, preferían los operarios libres y, en su defecto, los forzados, a quienes la justicia condenaba por sus delitos a las labores subterráneas, no disponían de los necesarios ni de unos ni de otros.
  
La moral católica
La Iglesia española de la época nunca condenó la esclavitud, pues consideraba que los individuos inferiores, aquellos que la Naturaleza había creado de menor valía, podían ser esclavizados por los hombres superiores, como los cristianos viejos, destinados a mandar sobre los pueblos primitivos. Lo que sí condenó la Iglesia católica fue el maltrato a los esclavos, de los que su dueño no debía abusar, de modo que los esclavos domésticos tenían que ser bien tratados por el padre de familia, al que algunos moralistas de la época le consideraban además responsable de su comportamiento, al igual que sucedía con sus propios hijos. Muchos clérigos tuvieron esclavos y estos también eran frecuentes en los conventos, como el de Nuestra Señora de Guadalupe (Cáceres).

Así pues, la valoración que despertaban los esclavos en general en la sociedad era bastante negativa, ya que se les consideraba desprovistos de capacidad para realizar  obras morales. Sus actos no podían ser virtuosos porque no tenían capacidad para encarnar los valores propios del espíritu, lo que les confería una inferioridad natural. No obstante, la intolerancia religiosa terminaba cuando el esclavo se convertía al catolicismo, si bien esta cristianización era bastante superficial. El bautismo era administrado muchas veces sin una previa instrucción religiosa adecuada y también se dieron casos de esclavos que se bautizaban solo para mejorar su situación, pero que en realidad no eran católicos.

La Inquisición persiguió a estos falsos creyentes, a los que acusó de herejía e injurias a la Iglesia. La mayoría de estos encausados era de origen turco o berberisco, los cuales se hacían pasar por católicos, aunque seguían siendo musulmanes en secreto. En Almadén fueron procesados por este motivo tres esclavos de la mina de azogue. A dos de ellos, Solimán y Alí de Argel, la Inquisición les encausó en 1668 porque se hicieron pasar por cristianos sin haber sido bautizados, mientras en privado rezaban a Alá. El otro, llamado Hazmann, estaba bautizado pero fingía no estarlo, pues unos forzados condenados por sus delitos a los trabajos mineros le aconsejaron que se hiciera pasar por moro. De este modo, una vez descubierto, el superintendente de la mina lo pondría a disposición de la Inquisición, como así sucedió, la cual le recluiría en su cárcel secreta de Toledo, “donde estaría mucho tiempo comiendo y sin trabajar”.

Procedencia de los esclavos
Los dos grandes grupos de esclavos en España fueron los negros, por un lado, y los turcos y berberiscos, por otro. En el siglo XV también vino un gran número de guanches, procedentes de la conquista de las Islas Canarias. Dice el historiador Domínguez Ortiz que “solo en la isla de La Palma hizo Alonso de Lugo 1.200 esclavos, y muchos más llegaron a España de La Gomera y Tenerife, hasta que la corona se hizo cargo de las islas y dio fin a esta odiosa explotación. El viajero Münzer, quien recorrió España en los años 1494 y 1495, vio en Valencia hombres, mujeres y niños de Tenerife, que tenía en venta un mercader; había traído en una nave 87, de los que 14 murieron en la travesía”.

Los suministradores principales de esclavos negros fueron los portugueses, quienes ya en 1444 realizaron una expedición a África, de donde trajeron 235 esclavos. Comenzó entonces una nueva etapa de  esclavitud en la península ibérica, que tendría su auge en la Edad Moderna. Los portugueses  pusieron gran empeño en que Castilla reconociera el monopolio de su introducción en el reino, lo que consiguió en el tratado de paz de Alcaçovas, firmado en 1479. Las fuentes de suministro estaban en Guinea, Cabo Verde, Angola y Mozambique, desde donde los mercaderes portugueses les llevaban a Lisboa, ciudad que se convirtió  en aquella época en un gran mercado de negros. Muchos de ellos pasaron a España, sobre todo a Sevilla, donde en las gradas de la lonja eran vendidos al mejor postor. Los esclavos negros fueron especialmente abundantes en Andalucía y Extremadura.

Los datos existentes indican que había tantas negras como negros, si bien aquellas estaban dedicadas casi en su totalidad al servicio doméstico. A pesar de no poder realizar trabajos más rudos, como las obras públicas, las minas o  el remo en las galeras, las esclavas negras estaban bien valoradas por su capacidad de procrear nuevos esclavos (el hijo de una esclava nacía esclavo aunque el padre fuera un hombre libre) y su mayor longevidad y docilidad. A los esclavos de segunda generación, es decir los que ya nacían en España, se les bautizaba de niños y eran tan católicos como los que más. En Sevilla llegaron a formar cofradías de negros y mulatos, y una de ellas, “la de los negritos”, fundada en 1554, todavía conserva este nombre en la actualidad.

En cuanto a los esclavos turcos y berberiscos, muchos de ellos fueron hechos prisioneros por nuestra Armada en las batallas navales del Mediterráneo, mientras que otros fueron raptados por corsarios españoles, que también los hubo. El factor de los Fugger informaba el 18 de noviembre de 1571 desde Sevilla a la sede central de Ausburgo que habían llegado al puerto fluvial del Guadalquivir veinticuatro galeras cargadas con turcos esclavizados procedentes de la batalla de Lepanto: “Los moros han de ser distribuidos por doquier, tal y como se hará también en otras zonas. De este modo, los españoles se entremezclarán con los moros y se corromperán incluso más que hasta ahora. Moros y judíos se convertirán así en las razas más nobles y fuertes, puesto que se multiplican como conejos reales”.

Desde principios del siglo XVI estaban llegando a España prisioneros berberiscos, ya que la toma de Orán en 1508 proporcionó 8.000 esclavos y otros más las de Bujía y Trípoli. Carlos V en la toma de Túnez hizo también 18.000 prisioneros. Al contrario, también  muchos españoles acabaron convertidos en esclavos de sultanes turcos y berberiscos, si bien algunos de ellos fueron rescatados a cambio de dinero. En España, los esclavos mahometanos tenían en general peor fama que los negros, pues como decía Suárez de Figueroa en 1615, “suelen salir infieles, mal intencionados, ladrones, borrachos, llenos de mil sensualidades y cometedores de mil delitos. Andan de continuo maquinando contra la vida de sus señores; su servicio es sospechoso, lleno de peligro, y así, digno de evitarse”.

Algunos moriscos también fueron esclavizados hasta su definitiva expulsión de España en 1609, si bien la mayoría permaneció libre hasta entonces, aunque desterrada de sus lugares de origen. En cambio, otros fueron esclavizados, como los que se levantaron en armas contra Felipe II en las Alpujarras, año 1569. Consultado el licenciado Francisco de Sarriá sobre si era legítimo dar cautiverio a los moriscos, “no encuentra remedio mejor que el que se declarasen esclavos a los hijos de tales uniones moriscas, medida cuya legalidad trata de probar con gran copia de autoridades canónicas y civiles, basándose en una antigua ley que condenaba a la esclavitud a las concubinas e hijos de los clérigos; … basándose en que los tales moriscos eran peores y más peligrosos para la República que los hijos sacrílegos”.

Con la aprobación eclesiástica, no es de extrañar que una pragmática de Felipe II del año 1572 estableciera que “los dichos moriscos rebelados que fuesen tomados y cautivados, así hombres como mujeres, siendo los hombres mayores de diez años y medio, y las mujeres de nueve y medio, fueren y se entendieren como esclavos de los que los tomasen y cautivasen, y que los menores de dicha edad no fuesen esclavos, empero que pudiesen ser sacados y llevados a otras partes fuera del dicho reino de Granada, y dados y entregados a personas a quienes sirviesen hasta tener edad de veinte años para que pudiesen ser instruidos y enseñados y cristianamente criados”. Casi cuatro siglos y medio después, la guerrilla de Boko Haram mantiene secuestradas a más de un centenar de niñas nigerianas en condiciones de esclavitud.

En 1600, el inquisidor general, Fernando Niño de Guevara, escribía en un memorial que el remedio mejor y más seguro para acabar con el problema morisco era obligarles al remo en las galeras del Mediterráneo o al trabajo en las minas de azogue de Almadén y de plata de Guadalcanal, que eran propiedad de la Corona. El inquisidor precisaba también que “de más de lo cual sacará Vuestra Majestad un gran fruto, que es poblar muy bien sus galeras, minas de Guadalcanal y almadenes; y aun no falta quien diga que serían de mucha utilidad y provecho en las Indias, donde por haberse casi acabado los indios, hay tanta falta de quien trabaje en las minas”. El consejo de Niño de Guevara no fue aceptado, pero tanto la Corona como la Inquisición recomendaron a los tribunales sentenciar a los moriscos a galeras. Como sabemos, la solución finalmente adoptada por Felipe III fue la expulsión general de los moriscos de España, decretada el 4 de abril de 1609.

Decadencia y fin de la esclavitud en España y sus colonias
Después de haber llegado a su apogeo en el siglo XVI y primera mitad del XVII, la esclavitud comenzó a disminuir en España, desapareciendo primero lentamente en la segunda mitad del XVII y después más rápidamente en el XVIII. Podemos decir que dejó de estar de moda tener esclavos, a lo que contribuyó también la mayor abundancia de mano de obra libre. Poco a poco aumentó la facilidad con que se concedía el rescate y la liberación de los esclavos, y muchos ahorraron para rescatarse ellos mismos. Otras veces sus amos les concedían la libertad espontáneamente y con frecuencia se encuentra esta cláusula en testamentos de la época.

En el siglo XVIII pocos particulares tenían esclavos y ya no se vendían negros en Sevilla. Adolfo de Castro decía que en 1812 todavía quedaban algunos en Cádiz, si bien hasta 1836 no se prohibió que vinieran a España esclavos de Ultramar. Esclavos berberiscos continuó habiendo, pues aunque las galeras del rey fueron suprimidas en 1749, el corso español continuó activo. A partir de entonces, los esclavos fueron enviados a los arsenales militares, a las minas de Almadén y a las obras públicas. Cuenta Domínguez Ortiz que en 1766, Sidi Ahmet el Gazel, embajador del rey de Marruecos, rescató a 800 esclavos, procedentes casi todos de Barcelona y de los arsenales de Cartagena y La Carraca. Reunidos en Cádiz, fueron embarcados para Tetuán.

En el arsenal de Cartagena, el número de esclavos disminuyó a partir de 1763, ya que muchos de ellos fueron destinados a las obras públicas. El profesor Barrio Gozalo indica que 300 de los 1.260 que había en el arsenal en dicho año, fueron destinados a la construcción del camino de Cataluña y al año siguiente otros 300 fueron trasladados a Madrid para construir el camino que desde la Corte se dirigía al puerto del Guadarrama. En 1770 ya solo quedaban en Cartagena 476 esclavos; en 1780, 154; y en 1783, 52. En 1786 se firmó el tratado de paz con Argel y la mano de obra esclava del arsenal prácticamente desapareció.
La Corona continuó también utilizando esclavos en las minas de azogue en la segunda mitad del siglo XVIII, pero su número disminuyó mucho respecto al comienzo de la centuria. En 1749, el Cuerpo de Galeras del Mediterráneo fue clausurado y más de un centenar de forzados, quienes cumplían su castigo al remo, fueron enviados a las minas de Almadén. Tan gran número de forzados obligó a construir en 1754 una nueva Real Cárcel de Forzados y Esclavos, inaugurada en 1756, con mucha mayor capacidad que la existente, la cual solo albergaba con dificultad a 150. En cambio, la nueva, cuyo arquitecto fue el ingeniero militar Silvestre Abarca, tenía capacidad para 600 presos. Derruido este edificio carcelario en 1969 sin motivo aparente, en su solar se construyó la actual Escuela de Ingeniería Minera e Industrial. Afortunadamente, la Universidad de Castilla-La Mancha ha recuperado y rescatado las ruinas de las celdas de castigo de dicha cárcel, construyendo además un Centro de Interpretación para conservar su historia para las futuras generaciones.

Uno de los últimos esclavos que hubo en los pozos de azogue de Almadén fue Joseph Francisco, alias El Negro, quien en 1756 y con solo 20 años de edad fue cedido de por vida por su dueño, aposentador real de la Corte, a Su Majestad Fernando VI. Estas donaciones temporales o de por vida eran habituales cuando el esclavo causaba problemas a su propietario y se conocían con el nombre de “a escarmienta”. Joseph Francisco confirmó su fama de esclavo conflictivo, ya que participó en peleas con diversos forzados en los años 1761, 1762, 1764, 1765 y 1768, además de realizar un intento de fuga en 1765. Su mal comportamiento hizo que no fuera puesto en libertad hasta el año 1773 en lugar de 1766, pues desde 1716 lo habitual era que los esclavos no cumplieran más que diez años en las labores subterráneas, al igual que sucedía con los forzados sentenciados por delitos muy graves.

En 1817, se prohibió el tráfico de esclavos en la España peninsular, pero no su tenencia, y en 1837 se redactó un proyecto de ley para abolir la esclavitud, ley que nunca fue aprobada. De este modo continuó habiendo esclavos en nuestras colonias americanas, hasta que por fin la esclavitud fue abolida en Puerto Rico en 1873 y en Cuba en 1880.

Epílogo
Por desgracia todavía continúa habiendo esclavos en varios lugares del mundo, nada menos que 36 millones según algunas estimaciones. Noticias alarmantes están llegando estos últimos meses de Libia, donde miles de subsaharianos, quienes deseaban cruzar a Europa, se encuentran esclavizados en condiciones infrahumanas, a los que sus captores solo liberan cuando ellos mismos con su trabajo u otra persona pagan su rescate. Por ellos y otros muchos, la Organización de las Naciones Unidas nos invita todos los 2 de diciembre, instaurado como el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud,  “a utilizar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible como una guía para acabar con las causas profundas de la esclavitud y liberar a todas las personas que viven esclavizadas en el mundo”.


© Ángel Hernández Sobrino.


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